10.1 San José (III)
10.1.1 Barrio de La Subida
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Entonces no te supuso ningún esfuerzo volverte, y sí, allí estaba la despampanante mujer, avanzando con graciosa torpeza cuesta abajo sobre sus zapatos de fino tacón, avanzando hacia ti, esplendorosa. Antes de que se te acercara pensaste en la dificultad que tendrías para comunicarte con Abundio y hacerle comprender que necesitabas aquel pisito de La Subida del que siempre presumía. Resolviste que lo mejor era regresar a la fonda y alquilar una habitación, formalidad para la que no eran imprescindibles las palabras, pero no, tendrías que ir a un hotel del centro, más adecuado a lo que se avecinaba, aunque quizá el pisito de Abundio y él mismo eran más discretos, si bien te importaba bastante poco la discreción, en ese momento, ante la imagen de aquella mujer, despampanante, que se te acercaba.
Lo que queda en el aire, pág. 134 (Somnífago).
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Ya se encuentran en el inmueble donde reside la mujer. Han llegado hasta La Subida en un taxi que pararon frente al bar donde estuvieron bebiendo. Se trata de un barrio moderno, de pisitos donde pocos conocen al vecino, donde las idas y venidas transcurren discretas. Esperan el ascensor con bastante compostura, en silencio arrobador, en este amplio y limpísimo vestíbulo de paredes de mármol artificial, pero en cuanto entran en la cabina, se desordena la concupiscencia, y las bocas y las manos se enredan en intrigas de lujuria. Cuando se abren las puertas del ascensor sin que les haya dado tiempo, ni tiempo ni intención, en realidad, a recomponer el recato aparece afuera un hombretón de uniforme que saluda a la mujer con una sonrisa en la que Frucho cree advertir cierta connivencia.
–Se llama Abundio, trabaja de portero en un edificio de oficinas. –Lo tranquiliza ella después de que el hombre haya desaparecido tras las puertas del ascensor–. Es un vecino estupendo.
...En el aire queda, pág. 129 (Frucho y los zapatos perdidos).
Otras referencias: Lo que queda en el aire, pág. 85 (La conversación y el amor).
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