15.1.1 Barrio de Las Chuchangas
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La calle de Las Chuchangas vertebra un suburbio de prostitución en Lotra al que extiende su nombre. [...]. Emplazado en el centro de la ciudad, su trazado de callejuelas angostas constituye un dédalo endogámico de vecinos y visitantes al que solo se accede por las bocacalles opuestas de su arteria principal y por varios subterráneos, que usan quienes quieren ocultar su ingreso en la zona. Cuando se da la vuelta al templo aparece de golpe, tras un retranqueo de la plaza que lo circunda, la entrada a Las Chuchangas, donde permanecen, como señal y reclamo del negocio, dos sillas de anea, siempre desocupadas, delante de sendas casas terreras a ambos lados de la calzada. La vía más importante no pasa de ser un callejón adoquinado de construcciones de escasa altura en cuyos frentes, que casi se tocan, sobresalen balcones estrechos con barandas de hierro y cartelones antiguos cuyas ofertas proclaman el vicio del lugar. Cuestas tortuosas que suben y bajan, conectadas sin un plan comprensible por travesías y túneles, apresan una atmósfera de rancia fetidez que exhalan los muros agrietados y somnolientos y los extractores de las cocinas y los sumideros de los retretes, un retumbo de espera acechante y gritos súbitos y rápidos de rabia y dominación dentro de las casas cuyo acceso protegen y ocultan cortinas de tejidos aterciopelados o de ristras de canutos de plástico, un regusto de guisos, de alcohol y de humaceras, una febrícula de rufianismo y puterío apostados en las ventanas entreabiertas o desenvolviéndose en las aceras, un orbe encerrado en sí mismo que, sin embargo, nadie en Lotavia desconoce.
Hombre con traje rojo, inédito.
Otras referencias al Barrio de Las Chuchangas en: Quién como yo, págs 52 y 70.
14.1.1 Alameda del Conde de Montés
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El hombre joven caminaba demasiado aprisa, por el paseo central de la Alameda, renqueando un poco y sacudiendo los brazos. Yo me mantenía unos pocos metros más atrás pero en un par de ocasiones conseguí situarme a su misma altura, y me sentía excitado, protagonista de una persecución cuyo objetivo era oponerse al mal.
Un mañana, el hombre se levantó de su banco. Lo seguí. Caminó por la Alameda del conde de Montés. Se detuvo frente a la comisaría de policía. Entró en el edificio. Tardó casi una hora en salir. Me propuse terminar cuanto antes mi cometido.
Cuando el muchacho se largó por la Alameda del Conde, primero recogí del suelo la gorra que se le había caído y olvidado y luego agarré a los nietos, y salí de allí pitando. ¿Qué habrían hecho ustedes, si no? ¿Quedarse allí en medio de toda aquella gente, a verlas venir?
Cuando me alejé por la Alameda, la cabeza no dejó de darme vueltas. Fue aquel tipo enchumbado con el que tropecé el que me hizo regresar al parque. Parecía como ido, y me pareció que yo también acabaría sonado si no rectificaba.
(Los cuatro fragmentos anteriores recrean la misma acción contada desde la perspectiva de diferentes personajes).
Lo que queda en el aire, págs. 179, 189, 192 y 196 (Las sierpes de Medusa)
Otras referencias a la Alameda del Conde de Montés en: Lo que queda en el aire, pág. 127 (Somnífago), y ...En el aire queda, págs. 28 y 30 (Los husmeadores), y pág. 134 (Frucho y los zapatos perdidos).
13.1.1 Bélar
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Bélar está enclavado en pleno sur de Lotavia. Es una región ardiente en medio de la árida planicie meridional de la isla, pues su clima no lo atemperan ni la brisa del mar ni la humedad de las montañas. Los veranos son largos y el frío invernal, escaso y extremo. Bélar continúa siendo el pueblo mayor de la comarca, emplazado a la vera de uno de los poco profundos barrancos que bajan en declive desde la Dorsal del Sur hasta los arenales de la costa de Tentiguada. En la década de los 40 carecía de calles; las casas iban surgiendo diseminadas en el interior de las fincas, a medida que los descendientes de cada linaje se emancipaban para crear su propia rama familiar; se comunicaban por callejones de tierra o pistas con rodaderas de lajas de trazado arbitrario; tan solo alrededor de las diferentes parroquias, sus plazas y un puñado de calles adoquinadas configuraban una suerte de red urbana, más compacta en el casco histórico, donde desde el ayuntamiento y la iglesia partían varias vías principales que albergaban la casa parroquial, la Sociedad Recreativa, algunas ventas y el comercio de seña Frasca. Las casas sin encalar, construidas con los bloques amarillentos de las canteras locales, apenas se distinguían de la superficie ocre de la tierra; sus peculiares chimeneas, decoradas con el colorido de la pintura abstracta, parecían el desquite de los belareños contra la monotonía del paisaje. Las chimeneas y el verde de las plataneras y de las plantaciones de tomate, suponían la única rebelión contra el despotismo de la tierra parda. El municipio era extenso y estaba bastante poblado, y por la época en que Arminda llegó, era el más floreciente de la comarca, gracias a la pujanza del cultivo del plátano y los tomates. En un alto porcentaje, sus habitantes eran propietarios de pequeñas fincas y vivían sin grandes penurias, a salvo de las restricciones de la posguerra; había, también, dos o tres caciques, herederos de dinastías que habían recibido sus terrenos desde la conquista castellana y que, a su vez, poseían los títulos de las galerías de agua y el favor de los gobiernos locales; algunos pocos se dedicaban al comercio y a la administración. Junto a ellos estaban los indianos, emigrantes regresados en diferentes oleadas de retorno y que, como Arminda, adquirían terrenos donde edificaban, por lo común, viviendas ostentosas e ingresaban en la economía de la zona.
Arminda y el cofre del esposo difunto, inédito.
12.1.1 El camino de los Tiles
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El Camino de los Tiles parte desde la acera norte de la Alameda de Montés, frente a la entrada principal del Guadiantor, se interna en la urbe unos tres kilómetros por los barrios antiguos, y desemboca en los campos balutos de La Subida, donde se han construido la moderna Villa de los Deportes y el nuevo camposanto. Es un ameno camino que se conserva con su trazado y características originales, y ofrece a los habitantes de San José, ciudad capital de Lotavia, un lugar de recreo, aislado por la densa fronda que crece en ambas orillas.
...En el aire queda, pág. 144 (La conversación y el amor).
11.1.1 Macizo de Tarco
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Al oeste, Tarco, la frontera pétrea y feraz que obstruye el valle. Sobre su cumbre, el sol poniente, detenido un instante, fraguaba un tiempo sin transcurso; [...] El sol, desde el elevado crepúsculo, infiltraba sombras en los escarpes del macizo, degradándolo a una rampa oscura y sin relieve y, además, asperjaba su luminosidad violácea sobre el valle y las casas de Lotra.
Lugares propicios al amor, inédito.
10.1.1 Barrio de La Subida
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Entonces no te supuso ningún esfuerzo volverte, y sí, allí estaba la despampanante mujer, avanzando con graciosa torpeza cuesta abajo sobre sus zapatos de fino tacón, avanzando hacia ti, esplendorosa. Antes de que se te acercara pensaste en la dificultad que tendrías para comunicarte con Abundio y hacerle comprender que necesitabas aquel pisito de La Subida del que siempre presumía. Resolviste que lo mejor era regresar a la fonda y alquilar una habitación, formalidad para la que no eran imprescindibles las palabras, pero no, tendrías que ir a un hotel del centro, más adecuado a lo que se avecinaba, aunque quizá el pisito de Abundio y él mismo eran más discretos, si bien te importaba bastante poco la discreción, en ese momento, ante la imagen de aquella mujer, despampanante, que se te acercaba.
Lo que queda en el aire, pág. 134 (Somnífago).
9.1.1 Mirador de los Niveles
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Sus pasos los llevaron al paraje donde, al atardecer, acaba gran parte de los enamorados primerizos de Lotra: el Mirador de los Niveles, sobre un recodo del ancho y profundo barranco de Azguán, cuyo cauce sigue siendo un territorio intacto en medio de la desaforada capacidad destructiva de Lotra. Desde allí las parejas contemplan, acarameladas y embebidas, las cavidades que sirvieron de habitación a los aborígenes y las instalaciones que permiten visitarlas, las laderas pobladas de tabaibas, piteras y cardones y el bosque de dragos, el cantizal de gigantescas bombas basálticas que se apretujan en el fondo desde que fueron arrojadas por el Repecho, cuyo cráter se derrama sobre Azguán desde el Corro de los Volcanes; pero, ante todo, lo que los atrae allí es la verificación de su enamoramiento. Desde el mirador, la desembocadura del barranco semeja la silueta de una concavidad de líneas limpias, profunda y estrecha, que enmarca el mar; los días nítidos de cualquier estación, en el crepúsculo, el sol declinante traza, sobre el añil del mar, una franja granate que atraviesa esta figura. Los enamorados discuten acerca del ancho y la altura que la franja parece alcanzar entre las laderas, porque esta cota marca la magnitud de su pasión.
Lugares propicios al amor, inédito.
8.1.1 Cuatro caminos
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La música estallaba entre las piernas de los bailadores, y, jiribilla, acometía su cuerpo entero con fogonazos de atrevimiento en la larga tarde de verbena; la joven Gloria, sentada en el canapé de la iglesia junto a su madre, permanecía con los muslos juntos y las manos quietas sobre la falda nueva. Escudriñaba en los gestos de quienes bailaban su zafiedad, que temía y despreciaba. La banda, sobre la tarima engalanada con fajos de monte verde, propagaba isas y folías entre las parejas, las extendía contra las fachadas señoriales que circundaban la plaza de San Lorenzo, las ensartaba en los barrotes de sus balconadas de madera, las aupaba hasta la copa de los laureles de indias y las aventaba por todas las esquinas de Cuatro Caminos. Sin embargo, la joven Gloria endurecía su desdén empujándose contra la frialdad de las piedras del banco, lacrando cualquier resquicio por donde la música infiltrara sus sentidos; ignoraba las miradas de su madre, diáfanas de intención, hacia los muchachos que, acodados en los tablones de los ventorrillos o plantados al borde de la plaza, vigilaban a las muchachas. El pueblo de Cuatro Caminos, asentado en el valle septentrional de Arteda, en la isla sur de Lotavia, festejaba a su santo en aquel agosto tórrido de 1950, con regocijos populares y romerías de ofrenda.
Incendios, inédito.
7.1.1 Corro de los volcanes
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Desde su exacto centro, Leandro Soto contempla el Corro de los Volcanes. Anoche, al descubrir este paraje en un mural del hotel donde se aloja, otro calambre le atravesó el abdomen. Ahora, frente a ellos, comprende que el dolor fue un aviso: estas montañas de morfología tortuosa que abrazan un circo de lavas son un trasunto mineral de sus entrañas dolientes. Desde aquí un desolado malpaís se expande hasta cerrarse en un sistema de lomas superpuestas de las que emergen cinco conos que parecen danzar de la mano y cuyos perfiles desdibuja la calima que asedia el archipiélago. Así pues, el malpaís está aislado; solo lo une al resto del territorio insular la calzada que lo atraviesa y supone la única recta en este paisaje de medallones de lava cordada que se repiten como en un juego de espejos enfrentados y supone, también, la única posibilidad de escapar de esta trampa. Del mismo modo, solo un propósito vincula a Leandro Soto a la vida.
Quién como yo, página 1.
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Otras referencias al Corro de los volcanes en: Quién como yo, páginas 40, 369 y 372.
6.1.1 La Pared
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La isla son dos islas adyacentes, unidas solo por este apretado y altísimo istmo, cuya parte más ancha, cerca de la isla norte, mide dos kilómetros escasos en su cúspide, y la más estrecha, el tramo en que la carretera gira hacia el sur, unos setecientos metros; se desploma sobre el mar desde otros tantos, como una muralla construida por manos humanas, con su apariencia titánica. En sus laderas crece la vegetación propia del archipiélago, con la variedad de especies según la altura y cercanía al mar y orientación geográfica presente en todas las islas montañosas de Canarias y vive la fauna característica, pero ni una sola morada humana se ha radicado en ella, ni siquiera en la época de los habitantes prehispánicos. Los acantilados de La Pared son el símbolo de Lotavia y su silueta aparece en su escudo y en todos los folletos oficiales y de promoción turística.
Quién como yo, página 50.
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Pocas cosas nos requerían en el pueblo: algunos recuerdos, la pequeña propiedad que nos cuidaba el medianero, un nieto del señor Febles, y un puñado de parientes. Entre ellos los tíos Agustina y Luis, que todavía conservaban las vacas, aunque ahora atendía el ganado uno de mis primos. Así que solo muy de vez en cuando regresábamos al pueblo, sobre todo en el verano, cuando el buen tiempo volvía menos espeluznante el paso de La Pared y lo convertía en la experiencia metafórica del retorno al pasado.
Lo que queda en el aire, página 83 (La izquierda de Pacón).
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En las calles de San José brilla un sol amable, casi de cuento de hadas, a pesar de esta época otoñal, nubes escasas y transparentes velan apenas las cumbres, por lo que se divisan desde las calles la mole del Pico Fecho troquelada contra el cielo de un azul intenso y los acantilados de La Pared que obturan la inmensidad del universo.
...En el aire queda, página 113 (Frucho y los zapatos perdidos).
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Otras referencias a La Pared en: Lo que queda en el aire, página 21; ...En el aire queda, páginas 79 y 81; Quién como yo, página 36, 39 y 371.
5.1.1 Puerto Cabirria
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Todo, iniciados los setenta, como derivación natural de tanto progreso arquitectónico y odorífero, fue desbancado por hoteles descomunales, al principio en Puerto Cabirria, la villa pesquera del noreste de la isla, donde se explotó un turismo incipiente, pero luego en el sur, en torno a las extensas playas arenosas de los Llanos de Tentiguada, adonde acudían los extranjeros en tropel, así que el señor Lorenso fue uno de los pioneros del turismo de Lotavia y en la actualidad es uno de sus empresarios más cardinales.
Lo que queda en el aire, página 59 (Somnífago).
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Todo lo que sabía de Puerto Cabirria era su condición de pueblito pesquero reconvertido en urbe turística al norte de Lotavia, y no le suponía ninguna relevancia académica ni cultural y todos parecían tener la misma percepción. Sin embargo, uno de la Universidad de San José que procedía de ese pueblo abordó el asunto de lo apropiado del lugar de celebración; él defendió su patria chica y dijo que por encima de su inmerecida mala fama de bodrio turístico y demás, Puerto Cabirria contaba con un notable acervo cultural, tierra de artistas e historiadores pretéritos y actuales, de naturalistas y músicos y científicos y además era el único paraje del mundo que cobijaba a sirenas auténticas, personajes míticos, literarios, pictóricos, musicales y hasta filosóficos donde los haya.
Este fragmento, inédito, pertenece al relato Donde la arena es negra, de próxima publicación.
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Otras referencias a Puerto Cabirria en: Quién como yo, página 36.
4.1.1 La Angostura
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Las viviendas de lujo desalojaron en los años setenta las de los pescadores para asentarse en La Angostura, una franja de terreno empinado entre los imponentes acantilados de La Pared y la ensenada del Conde de Tería; por su aislamiento, fue elegida para erigir esta exclusiva urbanización para cuyo acceso fue preciso perforar un túnel que atravesara los taludes que tiempo atrás solo podían salvar los marineros con sus falúas.
Quién como yo, página 39.
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Por eso me cuesta mucho dar el primer paso para llegarme hasta aquí, por miedo a las bombas, pero tengo que hacerlo cada día; aprovecho la marea baja para poder salvar a pie por los riscos y el callao los taludes que aíslan esta playa de la ciudad, nunca en falúa, como hacían los antiguos pescadores, ni mucho menos en coche, que ahora se puede, de poco para acá, desde la apertura del túnel que da acceso a esa urbanización de La Angostura, mansiones de ricos en las faldas del acantilado, en alguna de ellas trabajé.
Este fragmento, inédito, pertenece al relato El mar en un hueco, de próxima publicación.
Los Barros, en Lotra / Vista de Santa Cruz de La Palma.
2.1.1 Érica
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Todo el pueblo acudió frente la casa del Pacón, para verificar lo que nosotros habíamos contado en el patio de tierra de la escuela. Los habitantes de Érica, según iban leyendo, de lejos, el letrero, se integraban en alguno de los corrillos que surgían en la carretera, en la curva que salvaba la loma en que se encontraba la casa del Pacón, ocupaban tanto el margen derecho como el izquierdo, algunos bajo la vegetación empapada por el alisio en el estrecho terraplén que precedía al despeñadero, otros parados en medio de la calzada para evitar las consecuencias de la humedad, otros, los más temerosos, apostados en las huertas que se abancalaban detrás de la casa. Nadie, sin embargo, cerca de la morada del Pacón ni de la señal escarnecedora. Parecía evidente que todos esperaban que ocurriera algo, y de todos lados emanaba una risa inconsistente, asocada y de mal agüero.
Lo que queda en el aire, páginas 77-78 (La izquierda de Pacón).
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Severia, la portuguesa que vino a Érica en el año 75, después de haber visto en una fotografía este pequeño caserío encaramado sobre el océano tras recorrer otras islas macaronésicas; allí se instaló, porque en lo alto de las laderas septentrionales de Lotavia, encontró el único lugar desde donde podía contemplar el mismo mar, a la misma distancia y con la misma luminosidad que desde Monsanto, donde había transcurrido su infancia, antes de trasladarse a Oporto para acudir a la Universidad y luego dirigir la editorial de la familia, antes de abandonarlo todo, como si hasta esta parte del Atlántico, frente a Érica, llegaran las dulces aguas del Tajo y pervivieran en el saladar del océano.
Lo que queda en el aire, página 84 (La izquierda de Pacón)
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Otras referencias a Érica en: Lo que queda en el aire (pág. 55, en el relato La izquierda de Pacón); ...En el aire queda (pág. 53, en el relato El barco).
1.1.1 Guadiantor
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El hombre se acercó al muro del Guadiantor, parque municipal y jardín botánico de San José de Lotavia.
Lo que queda en el aire, página 175 (Las sierpes de Medusa).
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Si al atardecer alza la mirada desde su canapé del Guadiantor, podrá observar cómo una bandada de palomas urbanas repite una monótona e imperfecta elipse por encima de las copas de los árboles. Parten de un palomar empotrado en la azotea de un edificio modernista situado en el vértice noreste del jardín, y nada más elevarse vuelan en dirección sur, hacia el mar; pero en cuanto sobrepasan el confín entre el parque y la propia ciudad, señalizado por los mojones de un grupo de ceibas colombianas, regresan y vuelan orillando el parque por su costado oeste, orientándose por la hilera del palmar; y como si los cuatro ejemplares de phoenix canariensis del ángulo noroeste fueran una guía, giran de nuevo, a la derecha, y bordean el parque por el norte, sobrevolando la masa verde de la laurisilva, hasta llegar encima del palomar, donde reemprenden el recorrido, esa elipse marcada por las cuatro esquinas del Jardín Botánico de San José y que, si alza la mirada durante el tiempo suficiente, verá cómo las palomas la repiten hasta que anochezca, cuando desde lo alto vislumbren al palomero distribuyendo el grano y el agua en las jaulas.
...En el aire queda, páginas 32-33 (Gera es feo)
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Otras referencias al Guadiantor en: Quién como yo (pág. 53); Lo que queda en el aire (varias menciones en el relato Las sierpes de Medusa); ...En el aire queda (págs. 52, 85 y 134, en los relatos Rosa sobre luna, La conversación y el amor y Frucho y los zapatos perdidos, respectivamente).
En la Britannica, (edición 15ª, 1990, que es la que anda por casa), me topé, en la pág. 306 del volumen 23, tras la extensa descripción de Londres, una breve entrada sobre la isla de Lotavia, que apenas ocupaba media página. Enseguida busqué las correspondientes a Macondo, Santa María y Comala; también las de Región, y Fetasa. Y Yoknapatawpha, claro. Allí estaban negro sobre blanco todos esos territorios, con sus respectivos mapas o croquis. Cuando ocurrió semejante hallazgo yo casi había renunciado a escribir, abandonados mis ejercicios de la adolescencia y aborrecido mi yo diletante. Tan solo quedaba de ellos una magua recóndita, un eventual suspiro. Encontrarme en esa enciclopedia tan significada la descripción de esta isla actuó
como revulsivo. Porque no se incluía en el artículo general sobre las Islas Canarias (pág. 66 del volumen 28 de esa misma edición), sino que merecía su propio espacio en ese compendio encuadernado de lo real, de todo lo que de verdad existe. No aportaba datos ni información ni referencias que los canarios ya no supiéramos: relataba su conquista por el sevillano conde de Arcipes, mencionaba al cronista de la colonización fray Antón de Alacena y databa la fundación de sus ciudades principales, San José y Lotra a principios del siglo XV, sin obviar la polémica sobre la veracidad misma de las evidencias de estos datos. Incluía incluso una fugaz referencia a la Virgen del Cazo y su intervención en las escaramuzas entre los menguarmes (jefes territoriales prehispánicos de la isla) y los conquistadores. Describía su topografía, destacando la particularidad de su territorio escindido en dos semi-islas y sus accidentes geográficos principales, La Pared y el Corro de los Volcanes. Sintetizaba las actividades económicas y la idiosincrasia de los lotavianos, así como algunos aspectos de su cultura. Pero lo que me deslumbró fue el aserto que cerraba la exposición: Lotavia es un territorio misceláneo, una isla en la que caben todas las islas canarias.
Es cierto; no hay nada en su relieve ni en su Historia, que no tenga su génesis o su réplica en cualquiera de las otras islas. Una Isla Absoluta, por sintetizarlo de algún modo. Este descubrimiento me hizo ver que necesitaba regresar a la escritura pues enseguida intuí que en ese territorio sucedían cosas cuyos protagonistas necesitaban que yo las contara. Sería como un viaje para conocerlos in situ, a la isla y a sus habitantes. Aún tardé, sin embargo, algún tiempo en visitar por primera vez Lotavia, y cuando lo hice fue después de largos e intensos preparativos y de que algunos amigos me animaran a emprender la aventura. En ella sigo.
El propósito de mis relatos no es enmendar o desdecir a la Britannica divulgando lo que aquí ocurre, sino alentar a mis lectores a que viajen a esta isla, y a convertirse en habitantes suyos, como a mí me ha pasado. Y antes de que salten a la Wikipedia, he decidido publicar en esta web este Imaginario Lotaviano, una serie de fragmentos a modo de testimonio lotaviano.