Naturaleza y fábrica. Distancia e inmediatez, cercana lejanía, proximidad infinita. Montaña y tejado. Pumita y masapé. Volcán y hogar. Cúspides. Cúspide de identidad, cúspide de intimidad. Aquélla asciende, se eleva hacia lo espiritual, seno que se proyecta hasta el cénit, que aspira a la trascendencia; ésta acoge, envuelve en la calidez vital, vientre que protege y nutre. Y, arrogantes, repentinos, los cables todo lo quiebran, zarpazos disruptivos en el azul, imposibles vástagos de un árbol inerte, deletéreos. ¡Ojala cúspides sin cables!
Tránsito de cumbreras, cobijo de tejas, trance de aleros, equilibrio de hastiales: la vida transcurre sobre las cúspides, y el azul la protege, la valida, desde el perla hasta el añil. La vida, ahí, es fácil y no lo es. Asumido transcurrir. Pero... ¿esos desconchados que acechan al borde del abismo? Y, de pronto, el vértigo de lo desconocido: el conducto angosto y cenital que surge súbito y se precipita en la esquina del infinito. El cable luce tenso, resistente, seguro. Apremiante. ¿Ojalá cúspides sin cables?
Cúspides dobles, si no sinónimas, aledañas, análogas: apenas un desplazamiento que evidencia la conexión, una cornisa que apunta a la diferencia. Complementarias. Al frente, nos exponemos como individuos proyectados hacia el exterior. Detrás, nos replegamos hacia el interior, nos hacemos subjetividad e intimismo. Ambas una única fábrica, ambas el mismo ser. Y, de pronto, abismos oscuros y angostos las emborronan, y rayan el cielo que las perfila, impiden nuestra dualidad con una maraña de paralelas anulaciones, de simplicidad, de opinión prescrita, de caminos impuestos. ¡Ojalá cúspides sin cables!
El azul y sus expresiones perfilan la cúspide del mundo. El blanco la subraya. Ambos enmarcan la sutileza y la rotundidad de las cúspides que habitamos, cobijados bajo las tejas, atrevidos en acrobacias de caballetes, exaltándonos en los vértices. Y, de pronto, zarpazos oscuros, angostos y abisales que todo lo interrumpen, amenazantes y mutiladores. El pulso entre la libertad y la sumisión la simboliza la tirantez tiránica de estos cables impostores: pujantes, dispuestos a anularnos. ¡Ojalá cúspides sin cables!
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Julio Muñiz (jueves, 07 febrero 2019 15:00)
Magnífica descripción. Miramos el cielo, con dificultad, como a través de férreas pestañas.
Damián H. Estévez (jueves, 07 febrero 2019 19:14)
En efecto, Julio, mi intención con esta serie es indagar en la estética que pueden tener incluso aquellas imágenes que de entrada podríamos rechazar por grotescas o torpes.
Merche (viernes, 08 febrero 2019 01:32)
Me has hecho retroceder a la infancia y he recordado al monstruo verde que nos persiguió siempre. La enredadera trepando por el palo y el cable, formándose un gigante enorme... En frente de mi casa, en la finca de d. Pablo.
Damián H. Estévez (domingo, 17 febrero 2019 17:46)
Dentro de poco tengo prevista la publicación de una fotografía con una imagen como la que describes, Merche, en esta misma serie.